Viernes, suele ser un día agotador. Entras al instituto cansada de haber pasado ya todos los días en las clases, vives por esas horas con las ansias de que se terminen las clases para poder volver a casa y descansar. Se hace duro pasar mas de 5 horas seguidas con gente que no conoces de nada y que no la entiendes del todo bien. Pero algunas veces, se hace divertido y todo. Cuando llega las 3h, esa hora tan deseada, coges el bus camino hacia a casa, esta lloviendo, es un buen rato para poder pensar y descansar en solitario escuchando la música que suena de tu ipod. El primer pensamiento que te viene en la cabeza es el. Siempre es el. Ya no lo dudo. Lo tienes tan lejos, que ya es como si te lo imaginases que camina siempre a tu lado. Llegas a casa. Saludas a tu familia, también, están cansados de este viernes. Todos están cansados. Entro a mi habitación. Lo primero que hago es encender el ordenador para mirar si está el conectado. Me desilusiono, porque no está. Así que empiezo a vestirme con ropa cómoda, ya que no tengo la intención de salir de casa en unas 4 horas. Bajo al comedor, como no, con el ordenador para ver si el esta. Pasan varios minutos. Por fin se conecta. Pasas buenos ratos hablando con el, pero empiezas a darte cuenta de cosas, será mejor o no, eso no lo se aun. La estancia aquí me esta haciendo madura. Lo noto en mi interior. ¿Eso es bueno? Yo no quiero dejar de ser una niña. ¿Es eso lo que significa, madurar? Yo quiero seguir siento tu niña. La que lo daría todo por ti solo por poder verte, me conformaría con un corto segundo. Pero realmente lo necesito. No es fácil echar de menos. 




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